lunes, 1 de octubre de 2012

Carta de un Dios



            Supongo que habrás oído hablar de mí. Depende de dónde hayas nacido, me llamarás con un nombre o con otro, me verás de una forma o de otra. Puede incluso, que creas en varios como yo. Creo que, sólo por eso, no diré cómo soy realmente. Quiero que me veas tal y como crees que soy.
            No sé qué opinión tendrás de mí. Me imagino que, tras todas las catástrofes ocurridas, no será muy buena. Sin embargo, diré en mi defensa, que yo no tuve la culpa.
            ¿Dirías que los padres de un hijo que se malogra cuando se ha independizado de ellos son los culpables de tal comportamiento? No, ¿verdad? Pues trátame como a ellos.
            Mi intención nunca fue hacerte daño. Todo lo contrario. Todo lo que ves y sientes lo creé para ti. Coloqué las estrellas en las constelaciones para que vieras formas conocidas en el firmamento y no te sintieras sobrecogido por su inmensidad. Llené el mundo de cosas verdaderamente maravillosas; oceános eternos, bosques encantados, montañas que parecían inalcanzables... Lo creé todo de forma que pudieras explicarlo con leyes fáciles y sencillas que tú entendieras.
A lo largo de la historia creé diversos seres vivos que te alimentaron y te acompañaron en tu camino. En ese proceso te di manos para que te pudieras valer por ti mismo. Te hice capaz de ver la belleza, y de crearla. Te di una de las cualidades más nobles de todas: puedes amar.
Sin embargo, de lo que más orgulloso me siento es de tu inteligencia. Ha sido mi mejor proyecto. Qué pena que se haya malogrado de esa forma. Qué lástima que la hayas usado para aquello que te perjudicaba a ti mismo y a al mundo que te creé.
Te quiero como hijo mío que eres. Sin embargo, he de decirte que siento pena por ti. Hace tiempo que no me escuchas, y has exagerado y utilizado para tus propios fines las palabras que en su día pronuncié, otorgándoles otro sentido completamente distinto.
Has causado más males de los que yo, en mi obra, provoqué con errores. Sí, yo también me equivoco...
Por todo ello, he de despedirme. Ya no me sientes, por lo que esto no te causará dolor. Es más, ni siquiera te darás cuenta. No sé adonde iré. Realmente tampoco me importa. Sólo espero que sepas vivir sin mí. Te deseo lo mejor del mundo,
Aquel que te dio la vida.