lunes, 23 de julio de 2012

Querida Marian

   Lo normal y "formal" en esta situación sería preguntarte si estás bien, si has sentido alguna molestia en tu estado...pero, me imagino que allí, en Londres, estarás mucho más seguro que donde yo me encuentro. Por tus anteriores cartas sé que los precios de todo han subido y que os estáis "ahogando". Espero que nuestro gobierno lo solucione pronto.
   Ya sé que te dije que este asunto de la guerra parecía glorioso. Tenía firmes argumentos para defender la lucha por el rey y la patria. Todos creíamos que ir arma en mano contra el enemigo solucionaría nuestros problemas y que nada ni nadie nos harían daño porque somos británicos, hijos de un imperio que domina medio mundo. ¡Qué equivocados estábamos!
   Desconocíamos el dolor de pecho que nos provoca el polvo de las trincheras, el olor a suciedad por la falta de jabón, la pésima calidad -si es que tiene alguna- de la comida que nos proporcionan los oficiales. No sabíamos el miedo que te recorre el cuerpo cuando te enfrentas cara a cara con el enemigo. Ese terror paralizador que te impide apretar el gatillo. "Sólo es mover un dedo", pensaba yo. Sin embargo, cada vez que veía a un alemán, esa vocecilla que reside en nuestra cabeza y que todos odiamos me decía: "¿En qué se diferencia él de ti? ¿Es que acaso tú tienes el derecho a decidir sobre su vida? Míralo, su fusil tiembla y su pantalón está mojado, al igual que el tuyo". En verdad, el germánico también tenía miedo. Sin embargo, siempre reaccionas al ver morir a tu compañero, justo al lado tuyo. Ese camarada con el que te has reído en los momentos de tregua y con el que has llorado junto al cadáver de otro amigo. Y piensas: "Es él o yo", y tu dedo se acciona solo. Pero nada más caer el soldado al suelo, en su lugar hay otro frente al que se te plantea el mismo dilema, "¿por qué no yo?".
   Te he dicho hace unas líneas la palabra "amigo", ¿no Marian? No sé si hice bien al emplearla. Las relaciones que nos unen a los soldados no deberían llamarse así. Sí, es verdad que son las más fuertes que puedes hacer jamás, y que, dentro de muchos años -si vivimos-, recordaremos a todos los caídos a nuestro lado con dolor. Pero ése es el problema, que la amistad duele. Por eso no debería llamarse "amistad", para que no nos haga daño cuando el lazo que nos une se rompa por una bala enemiga. ¿No estás de acuerdo conmigo, Marian?
   La vida en las trincheras es muy dura. Parece que vivimos en tumbas abiertas de las que no podemos escapar y en las que los gusanos nos devoran poco a poco. Aun así, en los momentos en los que no estamos batallando, no tenemos mucho que hacer. Mientras algunos vigilan, el resto intentamos "disfrutar" de pequeñas cosas:  una botella de licor que algún soldado ha sustraído a los capitanes, una baraja de cartas, una pequeña colección de fotos -obviamente, dadas por franceses- que la Santa Iglesia condenaría... no hay mucho dónde escoger.
   Si me preguntaran por qué he venido hasta aquí, hace un tiempo que habría dicho que vine porque quise defender a mi nación. El caso es que ahora diría que nos trajeron como ganado al matadero. Nos convencieron con palabras falsas y vacías. Fuimos idiotas.
   A propósito de esto, Marian, prométeme una cosa. No permitas que nuestro hijo sea un ignorante. No permitas que lo manipulen. Probablemente nunca lo veré, y sé que es muy seguro que yo muera antes de que nazca. Pero quiero que sepa valerse por sí mismo. Por favor, cuando tenga la capacidad para comprender, entrégale estas cartas. Necesito sentir que, algún día, él entenderá lo que hice. Pero lo más importante, no quiero que él lo repita. Que evite el conflicto, sea el que sea. No quiero que sufra.
   No le pido a Dios por mi vida. Sería un gasto superfluo de energía. Simplemente rezo cada mañana para que todo esto acabe pronto, y que se salve la mayor cantidad de gente posible de este holocausto.
   En este momento, desahogado, sólo me queda decirte que te amo, Marian, y que mi corazón te pertenece ahora y para siempre. No sé si te podré responder a tu siguiente carta, pero piensa que, si caigo, mi último pensamiento será para ti.
   Tuyo siempre,

William Brennan






2 comentarios:

  1. ¡Hola! Como te prometí, me he pasado por tu blog (te prometo que no sabía que existía... ¬¬). Me ha gustado porque los relatos son cortitos y se leen enseguida, y así puedo comentártelos todos seguidos xD

    Los que más me han gustado han sido el del dragón (siempre me han parecido curiosos los relatos así en plan leyenda mitológica... Es muy ingenioso. Quizás convendría alargarlo un poco, pero está realmente bien) y este último... Porque te da como ilusión saber de qué están hablando. Te sientes inteligente. En serio, precioso. Yo, como siempre, erre que erre: preséntalos a algún sitio.

    Suerte con el JSiF.

    Besos,
    Elena

    ResponderEliminar
  2. Mira que llevaba tiempo pensando en meterme al blog y leerlo, y hasta hoy no lo he hecho! Pues te puedo asegurar que me alegro de haberlo hecho y que no será la última vez. Me han gustado mucho los relatos cortos, tienen ese "algo" que los relatos necesitan. Enhorabuena por lo que aquí has conseguido. Un besito!

    ResponderEliminar